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Aprendizaje cooperativo

La segunda actividad consiste en una autoevaluación de nuestra práctica cooperativa como punto de partida para una reflexión sobre las razones que hemos tenido hasta el momento para usar o no el aprendizaje cooperativo en el aula y qué factores creemos que lo potencian o dificultan. Ahí va mi reflexión...

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Imagen FlickrCC: GuySie

Cuando hasta ahora me preguntaban por mi vocación como educadora, algo que muchas veces se vincula con la huella que con su buen hacer dejan en alguien sus maestros, yo siempre me quedaba en silencio...
No sé si es porque tengo mala memoria (que también) o porque no hubo nadie que realmente me "marcara", pero en esas conversaciones me cuesta mucho rescatar de la memoria a aquellos que fueron mis profesores durante la etapa escolar. Si, claro que me acuerdo de aquella maestra que tanto queríamos en 3º de EGB, o de aquel otro con el que preparamos el teatro en 8º; pero son recuerdos vagos, generales, nada que me lleve a comentar con entusiasmo alguna forma de trabajo diferente al de las 3Ps, o también podríamos decir al PSP (pupitre-silla-pizarra). Mi paso por la escuela fue tan normal que casi no me dejó ningún recuerdo.
Con el instituto me pasa algo parecido. Tengo presente en mi memoria a la profesora de matemáticas que era muy dura y estricta pero muy "buena" dando clase. Me acuerdo de alguna de las manías del profesor de física y me viene a la memoria la profesora de francés que nos hacía repetir la "r" francesa en grupo: "ra, re, ri, ro, ru" Poco más.
Ya en la Universidad la historia se repite. Pocos o casi ningún recuerdo... Hasta que ya en último curso de carrera, gracias a una beca Erasmus tuve la suerte de conocer, no a un profesor o profesora que me marca, sino una forma de aprender que, por diferente, me impactó.
Fue en 1992 en Marsella, Francia, en L'école d'art de Luminy. Una escuela pequeña, con aulas esparcidas en forma de racimo en la colina de un monte y en la que la forma de la enseñanza, al igual que la organización del edificio, era muy diferente a la que yo había conocido siempre. En esta escuela, cada alumno disponía de un pequeño espacio personal y allí trabajaba en su proyecto particular. Los profesores, que visitaban estos espacios de forma regular, realizaban, cada quien desde su especialidad, comentarios, críticas y aportes al mismo. Las clases teóricas estaban planteadas como conferencias a las que los alumnos asistían con el objetivo de recoger más información con la que alimentar su proyecto. Este culminaba con una presentación en la que delante de varios profesores se debía defender tanto el proceso como el resultado al que se había llegado . Nada de asignaturas, nada de horarios, nada de pizarras ni de pupitres (o mesas de dibujo), los compartimentos estancos en los que hasta ese momento había creído que eran parte sustancial de la educación se unían en una gran estancia donde los alumnos aprendían haciendo su primer proyecto artístico. Y lo más sorprendente de todo, ¡disfrutaban aprendiendo!
Unos pocos años más tarde, con la carrera de Bellas Artes terminada pero con una gran insatisfacción por las opciones de vida que contemplaba a mi alrededor, decidí marchar a El Salvador, Centroamérica, a trabajar como voluntaria. El aterrizaje en la realidad social del país fue duro. Nada que ver con que yo conocía hasta el momento. Se trataba de un país que trata de renacer de sus cenizas tras un montón de años en guerra. Un país donde unos pocos eran inmensamente ricos y la gran mayoría vivía en la pobreza. Un país donde había  escuelas y universidades pero la educación difícilmente llegaba a esa gran grupo de pobres que vivía en las zonas rurales...
Al poco tiempo de llegar, empecé a trabajar en un proyecto de cooperación en una zona rural por lo que me trasladé a vivir a una pequeña comunidad de campesinos: Ciudad Romero. Allí compartí con la gente su forma de vida, sus costumbres, sus experiencias... Allí conocí por primera vez a un maestro popular,  y observé una forma de trabajo en la que la realidad se impone y se convierte en el centro de la educación. Allí hice mis pinitos como educadora y allí escuché hablar de la Educación popular. Allí descubrí a Paulo Freire y su planteamiento teórico sobre una pedagogía cuyo objetivo final tiene que ser la transformación colectiva de la realidad en función de los intereses y necesidades de la gente que está aprendiendo.Y allí llegó mi segundo impacto frente a una forma diferente de aprender.
(...)
A veces me pregunto si dos estas experiencias de aprendizaje sobre el aprendizaje fueron reales o si con el paso de los años las he ido aderezando con aquellas otras ideas sobre educación que he ido recogiendo de aquí y de allí... No lo sé. Lo que si sé es que cuando, de casualidad (y por necesidad), tuve que hacer de la educación mi profesión, esas formas diferentes de hacer se convirtieron en un referente.
Y empecé a trabajar por proyectos, sin saber que eso era lo que estaba haciendo...
Y vinieron los éxitos y los fracasos... y las dudas, y las preguntas. Y las respuestas en forma de lecturas, cursos, conferencias, talleres... y de nuevo "aprender haciendo", fracasando, dudando, preguntando...
Así empecé a dar forma a mi trabajo y escuché hablar de Inteligencias múltiples, de competencias, de PBL-ABP y del aprendizaje por retos, de evaluación por medio de rúbricas... y llegaron las TIC y las TAC, y después vinieron los primeros cursos online, luego los webinars,  los TAAC,  y ahora los MOOC...
Y en ese círculo vicioso en el que te metes cuando te vence la curiosidad y las ganas de hacer bien tu trabajo (sobre todo cuando la materia prima del mismo son seres humanos) he llegado (por segunda vez este curso) al puerto del aprendizaje cooperativo y sus herramientas... 
Esta mañana he estado trabajando con el cuestionario de autoevaluación de prácticas cooperativas que se nos propone en el curso y he descubierto que algo aprendí en el curso online que hice hace un par de meses sobre "Técnicas de aprendizaje cooperativo". También he descubierto (aunque en realidad ya lo sabía porque la propia práctica me lo había dicho) que hay muchos aspectos que tengo que pulir. Pero me quedo con lo positivo: he reafirmado la idea de que aunque todo trabajo cooperativo demanda trabajo en grupo, no todo trabajo en grupo utiliza las herramientas del aprendizaje cooperativo. Obvio ¿verdad? (pues para mi no lo era hasta hace bien poco)
Después de llegar a  esta primera conclusión he tratado de pensar en las razones que me han llevado a utilizar el aprendizaje cooperativo en el aula... Me ha sido inevitable iniciar un nuevo viaje al pasado y en él he podido rescatar muchos recuerdos agradables que tienen que ver con experiencias en las que junto con otras personas disfrutaba del aprender haciendo. Casi todas estas anécdotas tienen poco que ver con la escuela. Se trata de aprendizajes relacionados principalmente con lo cotidiano, doblemente ricos porque ademas de ser interesantes se realizaban en colectivo. Pero desde ahí el salto al aula es pequeño. Si el objetivo de la educación formal es que los adolescentes aprendan, tenemos que proponer situaciones de aprendizaje divertidas, con las que se puedan enganchar y en las que puedan compartir conocimientos y saberes con los miembros de su tribu. Ahí es donde entran en juego las herramientas para el aprendizaje cooperativo. Nuestra función como docentes ya no es la del magisterio (actividad de enseñanza del maestro hacia los alumnos). Hoy en día debemos convertirnos en diseñadores y utilizar diversas herramientas, entre ellas las del aprendizaje cooperativo, para generar situaciones en las que los alumnos/as puedan aprender.

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