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Imaginas que ahora que empezamos a ver la luz al final del túnel alguien te propone visualizar una nueva escuela, una nueva forma de educación en la que hagamos las cosas diferentes. Gracias Javier Ramos Sancha por la invitación a participar en esta iniciativa.
Si se trata de soñar una nueva escuela después del COVIT-19 quiero hacerlo partiendo de cero, imaginando que en nuestra sociedad no existe un modelo previo y que hay que inventar un espacio en el que las personas, desde muy pequeñas, aprenden a ser y a convivir, a conocer y a hacer. Nada nuevo, ¿verdad?
Sueño que este es un espacio enorme y abierto, con sucursales físicas en las que cada docente acompaña y guía durante un periodo de tiempo más o menos prolongado a un reducido número de estudiantes en la aventura de convertirse en ciudadanas y ciudadanos de un mundo articulado en torno a la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible.
Pienso en un gran espacio de colaboración para el aprendizaje, en el que las barreras de las sucursales físicas se puedan superar por medio de las tecnologías y las fronteras de los contenidos del currículum y los tiempos de las asignaturas se diluyan en proyectos de crecimiento y aprendizaje enfocados a pensar y repensar la realidad.
Imagino un espacio en el que las personas interactúan e intercambian experiencias y cocimientos para hacer que la pobreza y el hambre desaparezcan, para buscar solución a todas las pandemias, incluso a las que solo afectan a las personas y países más pobres, para eliminar todas las formas de discriminación y violencia contra mujeres tengamos las también tengan el mundo florezca más verde, para que el planeta sea más verde, limpio y sostenible...
Pero si despierto de este maravilloso sueño, me conformo con una escuela que se ponga a dieta de currículo y ratios y en la que los y las docentes dispongan de tiempo, oportunidades y estímulos para seguir creciendo como profesionales de la educación.
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